Salvador Bartolozzi y el estreno de El señor de Pigmalión, de Jacinto Grau
La consagración de Salvador Bartolozzi como uno de los primeros escenógrafos de su tiempo se produjo a raíz del estreno en Madrid de El señor de Pigmalión de Jacinto Grau; un acontecimiento precedido de cierta polémica y expectación en torno al autor, en el cual el papel del encargado de la plástica escénica, por el propio contenido de la obra, jugaba un papel muy relevante. Bartolozzi demostró en el diseño de los decorados y figurines una perfecta lectura del texto y una cabal comprensión de las intenciones de Grau, y logró plasmar sobre el escenario una interpretación plástica personalísima, justamente reconocida por el público y la crítica1.
Jacinto Grau y la crítica de la escena
española. Sentido de la escenificación de la obra.
Publicada en Madrid en 19212
la "farsa tragicómica de hombres y muñecos" fue estrenada en París
por el "Théâtre de L'Atélier" de Charles Dulllin en 1923 y
posteriormente por el Teatro Nacional de Praga, bajo la dirección de Karel
Capek, en 1925. Pese al apoyo de algunos
críticos, y singularmente del citado Ricardo Baeza, la farsa de Grau no había
de estrenarse en España hasta siete años después de su redacción. A ello
contribuía a buen seguro el difícil carácter del autor y el propio contenido de
la pieza, ferozmente crítico con las estructuras del teatro comercial
madrileño; un aspecto que, como ha señalado Dru Dougherty, es fundamental para
la correcta comprensión de su puesta en escena3.
Tal vez, la virtud máxima de la farsa de
Grau fue la de ofrecer, junto a una lectura crítica del ambiente teatral
español de una época concreta, unos contenidos susceptibles de ser
interpretados universalmente y que John Kronik identifica con temas y formas propias
del teatro de vanguardia europeo:
Es decir, con la aparente bufonería de su
"Farsa tragicómica de hombres y muñecos", Grau emprende el doble
proyecto que sitúa al arte en primer plano en El señor de Pigmalión : un examen del arte dramático en su dimensión
material —el negocio teatral en la
España contemporánea— y en su
condición ontológica —los orígenes del
acto creador y las capacidades del ente ficticio—. La farsa, la
comedia del arte, el guiñol, las máscaras, los mitos, el rito: estos signos de un vitalismo primitivo son
medidas para contrarrestar el realismo. La tradición lejana sirve para borrar
una tradición más inmediata. Este autoexamen trascendental del arte, sin
embargo, metafóricamente implica una profunda investigación de la existencia individual4.
Fueron estas sugerencias últimas las que hicieron la obra
atractiva a los directores europeos y la convirtieron en un éxito
internacional; pero lo cierto es que la farsa de Jacinto Grau se dirigía en
primer lugar al público español contemporáneo, al que presentaba unos
personajes del folklore nacional fácilmente identificables y exponía una crítica de determinados usos del
teatro madrileño de su época; en ese sentido debe ser comprendida la
representación de la farsa en su estreno de 1928. Por otra parte, ambos planos,
la lectura crítica y la interpretación simbólica, no entran en contradicción
desde una concepción metafórica de la vida como teatro y del teatro como espejo
de la vida: la regeneración del teatro que Grau demanda en su farsa es igualmente
la regeneración de toda la sociedad: la alienación y despersonalización que
sufren los autómatas o los actores del teatro español eran fiel reflejo de la
deshumanización de la sociedad que sustentaba ese teatro.
Jacinto Grau venía dirigiendo desde la
prensa una crítica constante a las estructuras del teatro comercial madrileño,
atacando su inmovilismo y su degradación. Tales críticas se plasman en esta
farsa que satiriza ese mundo y propone como salida el regreso a las formas
populares y primitivas; respuesta, por otro lado, similar a la propugnada por
otros autores como Valle-Inclán o García Lorca. Un aspecto en el que Grau
concreta esta crítica es precisamente el de la escenografía; así, en el
semanario España, en fechas muy
próximas a la redacción de su farsa de muñecos, tras un ataque furibundo contra
todas las estructuras del teatro español, Grau se declara admirador de Gordon
Craig y concluye:
Lo más revolucionario en el teatro es restablecer en
él el viejo y clásico concepto de templo. Representar bien y conseguir una
escenografía consciente, adecuada, verdaderamente artística, que ayude a
resaltar intensamente todo lo que tiene de plástico, de cuadro, de sensual, que
es mucho, una gran obra maestra [...]5
En un artículo posterior, publicado en 1926 en la "Página
teatral" de Heraldo de Madrid,
vuelve a lamentar —en la línea de Abril, Pedroso o Enrique de Mesa— el atraso de la escenografía en España. Frente a la inquietud
sobre el tema en toda Europa —cita las aportaciones de Gordon Craig, Appia o el Teatro de Arte
de Moscú, que aun sin llegar a soluciones definitivas, suponían una aportación
más que notable—, el dramaturgo denuncia la desidia que, con escasas excepciones,
caracterizaba a los responsables del teatro español:
[...] este tema es entre nosotros la perspectiva de
un futuro, porque actualmente, y en nuestro inmediato pasado, salvo
excepciones, nunca se ha intentado nada serio en un sentido escenográfico [...]
Los tapices auténticos, los cuadros de subido color pictórico y los muebles de
verdad, por lujosos que sean, constituyen siempre un disparatado procedimiento
antiartístico, completamente en desuso en los grandes teatros y mortales
enemigos generalmente de la obra de arte [...]6
Coherente con sus críticas, Grau plantea
en el texto de su farsa una concepción de la escenificación de la obra que se
saliera de los cánones rutinarios y que en su representación pudiera ser
paradigma contrario a la "actual barbarie teatral" de los escenarios
madrileños. Una escenificación que expresara por sí misma la esencia de la
farsa. Tal es la lectura apuntada por Dru Dougherty, que sugiere:
We may thus read the scenography of El señor de Pigmalión as a sequence of plastic texts in wich the
Spanish stage of the 1920's speaks about its profound crisis. The decor bares
before us, as Grau intended, the play's emotional and intellectual center: the
rage inspired by the theater's degradation and the conviction that a return to
popular forms of theatralicality ponted the way toward revitalization of the stage7.
Para este fin, Grau trata de encontrar una concepción plástica
efectiva, basada en las modernas tendencias de la escenificación —de las que en diferentes artículos demuestra un mediano
conocimiento— e intenta llevarlas a la práctica en su obra, como modelo y
antítesis del satirizado teatro de su tiempo. El resultado, reflejado en las
minuciosas acotaciones que detallan el aspecto de los decorados, los vestidos y
la caracterización de los actores, tiende a una concepción ecléctica en la que
se pueden adivinar tanto las sugerencias de Craig y Appia como la influencia,
reconocida por el propio autor, de la estética de los "Ballets Rusos"
y más en concreto de Petrouchka; una
"solución mixta" —siguiendo la terminología de Henríquez Ureña— en la que se mezclan planteamientos de simplicidad en los
decorados y el empleo de la riqueza cromática de los figurines, inspirados
directamente en León Baskt o Picasso. Eclecticismo que podría resultar algo
confuso, pero que parece ajustado a la acción de la farsa, fundamentalmente en
el prólogo y los dos primeros actos —quizá más errático resulta
el tercer acto—.
Siguiendo la lectura de Dougherty, Grau
presenta en el prólogo y en los dos primeros actos dos espacios metateatrales
contrapuestos: las oficinas de la empresa y el escenario. Reflejan el contraste
entre unos empresarios al uso del teatro español, prosaicos y con escasos
intereses artísticos, que sitúa en el prólogo en un decorado realista, frente
a la figura de Pigmalión y sus nuevos
actores, ubicados en un innovador decorado: un escenario dividido en distintos
niveles, con las cajas de los autómatas en primer término y unos fondos a base
de cortinas de tonos neutros. Dougherty aventura dos interpretaciones de este
segundo decorado: en el primer acto, el escenario oscuro lleno de cajas
similares a ataúdes simbolizaría la decadencia del teatro español, como una
inmensa tumba en la cual los muñecos obedientes a Pigmalión serían una imagen
de los actores atrapados en su mecanismo muerto; por contra, en el acto segundo
—cuando los autómatas actúan por voluntad propia— se convierte en un escenario de comedia dell'arte en el que los actores recuperan la libertad del
teatro primitivo. En el tercer acto, escenificado en una casa de campo de las
afueras, se funden los dos espacios: el del teatro tradicional de los dramas
rurales junto al del teatro primitivo de marionetas, sugerido por la presencia
de los comediantes que gesticulan tras las cuatro grandes ventanas de la casa.
En uno de los diálogos del primer acto
de la farsa se hace referencia expresa a la cuestión de la escenografía. Los
empresarios acuden a conocer el montaje de Pigmalión y comentan:
Don Lucio. (Andando hacia
atrás y llegando hasta cerca de las candilejas, para ver el efecto de las
cajas,
que resaltan en el sombrío de las telas) —No puede ser más
sencilla la escenografía
Don Javier.
(Imitando a Don Lucio) —Sí, muy simple.
Don Olegario. (Yendo junto a
sus compañeros y observando con ellos las cajas y las telas) —Esa costumbre de
Pigmalión de poner las comedias con unas cortinas por todo decorado, no deja de
ser una ventaja económica.
Don Lucio. —Sólo que una
cosa es una decoración para muñecos, y otra para actores de verdad8.
Grau pone en boca de los empresarios, modelo del inmovilismo y la
rutina del negocio teatral, comentarios despectivos respecto a un procedimiento
escenográfico diseñado por Appia; una técnica que describe en el ya citado artículo de 1926, en
lo que parece casi una paráfrasis referida concretamente a propósito de esta
escena de su farsa:
Nos referimos al conocido medio de las telas o
cortinas con techo del mismo color, sustituyendo los bastidores y telones de
fondo. En un fondo de tela obscura, cuyas tonalidades pueden cambiar las
proyecciones de luz, cualquier motivo o iniciación tendrá un relieve poderoso
[...] También los personajes se destacan
más vivamente y con mayor prestigio y apersonamiento entre un fondo de tela,
siempre que los trajes estén diestramente armonizados con los colores de las
cortinas que sustituyen el decorado vulgar.
Este
procedimiento sólo exige buen gusto, tino en la elección de las iniciaciones y
efectos de luz fácilmente conseguibles. Es, además de una gran economía.
Y
desde luego, es cien veces preferible a los decorados realistas, de que tan
ufanos se muestran algunos actores y empresarios nuestros9.
Si bien Jacinto Grau retrataba todavía así el desinterés de los
empresarios españoles, lo cierto es que la situación había ido evolucionando,
al menos como para permitir el estreno de su obra en los circuitos comerciales,
coincidiendo con el interés por la renovación del teatro en la prensa y la
apertura de miras de algunas empresas y compañías. No obstante, previamente,
los indiscutibles aciertos de su farsa —su
plasticidad y el sugerente planteamiento de temas universales— habían atraído a distintos directores teatrales europeos de la
época, que ofrecieron distintas versiones según su particular lectura de El Señor de Pigmalión.
El Señor
de Pigmalión en París y Praga.
La farsa de Jacinto Grau fue llevada por
primera vez a las tablas en el Teatro Montmartre, el 14 de febrero de 1923, por
Charles Dullin en su vanguardista "Théâtre de L'Atélier". Dullin,
colaborador de Jacques Copeau en "Le Vieux Colombier", seguía la
técnica simplificadora de su maestro aunque con un mayor eclecticismo; así, con
distintos criterios de escenificación, en "El Taller" se representaban al mismo tiempo que El Señor de Pigmalión obras de
Aristófanes, Racine, Villiers de L'Isle-Adam o Li-Li Wong. En la farsa de Grau —traducida para la ocasión por Francis de Miomardre— participaron entre los actores, el propio Dullin o Antonin Artaud
como Pedro de Urdemalas. La revista La
Esfera publicó un reportaje del estreno, firmado por García Maroto, con varias fotografías que muestran el
aspecto parcial del decorado de los dos primeros actos. En el montaje puede
apreciarse el planteamiento de simplicidad del discípulo de Copeau: ante un
fondo neutro de tonos claros, las cajas de los muñecos aparecen dispuestas
simétricamente en un sólo nivel; los arbitrarios motivos decorativos que las
adornan —una flor, la luna sobre un cielo estrellado o distintas formas
geométricas— componen un conjunto abigarrado de formas y colores. Por su
parte, los muñecos presentan una caracterización muy grotesca en sus rasgos
caricaturescos, casi de clown,
excepto la muñeca Pomponina, de aire más refinado, como una delicada figura de
porcelana10.
El Teatro Nacional de Praga estrenó El Señor de Pigmalión el 3 de septiembre de 1925 con un concepto
escenográfico mucho más recargado y complejo. De nuevo La Esfera se ocupa del evento en un reportaje gráfico con
excelentes fotografías de los decorados del prólogo y de los dos primeros
actos; también el autor del texto, Ricardo Baeza —que
vuelve a reivindicar la farsa de Grau— hace una
detallada descripción del montaje dirigido por el dramaturgo checo Karel Capek,
así como de la escenografía de su hermano Joseph11.
En el decorado del prólogo contrastaba
la vulgaridad del mobiliario de la empresa con un fondo muy moderno, de paredes
construidas a base de múltiples planos de diferentes tonos que daban sensación
de movimiento y profundidad; sobre ellas se destacaban grandes carteles con el
nombre de Pigmalión. La decoración situaba la acción en una estrecha franja de
luz, ocupando el foro un oscuro telón; el conjunto —comenta
Ricardo Baeza— resultaba sobrio y esquemático. Mucho más espectacular era la
decoración de los dos primeros actos: las cajas de los muñecos estaban
dispuestas en un escenario de dos niveles comunicados por dos escaleras
laterales; colocadas simétricamente y bien definidas, delante de unas cortinas
oscuras abiertas en el centro para mostrar el hueco de la ventana por el que
los muñecos huyen al final del acto segundo. Capek dispuso una escenografía de
gran riqueza cromática combinando juegos de luces exteriores e interiores para
realzar la presencia de las cajas, lujosamente decoradas con motivos
geométricos, con formas y detalles relacionados con cada uno de los personajes
que encerraban.
También puede apreciarse en las
fotografías de La Esfera la eficaz
caracterización de algunos de los actores; por el aspecto de su vestuario
y del maquillaje de los rostros, parece
que Capek quiso subrayar los rasgos patéticos de los hombres y muñecos de la
farsa acentuando su carácter trágico, frente al aspecto más pueril de los
actores franceses. Finalmente, al esplendor de la plástica se añadía la
ambientación musical; una melodía "parca y accidental" compuesta para
la representación por Alexander Podasevsky.
El magnífico montaje checo tuvo repercusión en la escena europea,
y la obra pasó, entre otros, al repertorio del "Teatro de Arte" de
Pirandello. Por supuesto, llegaron también sus ecos a la prensa española y se
creó cierta polémica en torno a la figura de Jacinto Grau, acreditado como
"dramaturgo europeo" y ausente de los escenarios españoles
El estreno en Madrid de El señor de Pigmalión.
Consciente del reto de estrenar en
Madrid su "farsa tragicómica de muñecos y personas" tras los éxitos
de París y Praga, el propio Jacinto Grau asumió la tarea de supervisión de la
representación, con el consentimiento de los primeros actores de la compañía
del teatro Cómico, Benito Cibrián y Pepita Meliá. De los pormenores de los
preparativos del estreno da cumplida noticia desde marzo a abril de 1928 la
"Sección de rumores" de Heraldo
de Madrid, que informa a propósito del proceso de selección del escenógrafo
y del apoyo económico de la empresa:
Se dice:
-Que hoy quedará
resuelto si es Fontanals o Bartolozzi el "metteur en scène" que se
encargue de montar plásticamente trajes, decorado, luces, y composición de
grupos
-Que de estos dos
artistas, Benito Cibrián se concertará con el que pueda comprometerse para
fecha más próxima12.
-Que, por su
parte, la Empresa de gastos está dispuesta, en noble emulación con la Empresa
artística, a no escatimar dispendio alguno para que la obra sea montada con el
mayor decoro, al igual o mejor, si es posible que lo fue en el Atélier de
París, o en Praga.
-Que ha sido
nombrado "metteur en scène", con toda la responsabilidad plástica de
la obra, el gran Bartolozzi13.
-Que el decorado
y los trajes de esta obra, tan esperada, están ya hechos, por Bartolozzi
aquellos y por Fernando Cabezón éstos14.
A partir de la selección de Salvador
Bartolozzi —descartado Fontanals por motivos de disponibilidad— la actitud del autor hacia el artista fue de total cooperación y
confianza, seguida de una gran satisfacción ante los resultados de su trabajo;
sentimientos que reflejan en algunas entrevistas previas al estreno, cono la de
Trivelín en ABC :
El señor Grau s'accroche
a nosotros, y no hace sino hablar de
Cibrián y Bartolozzi [...]:—Y Bartolozzi ha
hecho unos decorados y unos figurines geniales, ya verá usted—15.
En otro reportaje —realizado por Juan G.
Olmedilla en la víspera del debut— tras una charla en la que
Jacinto Grau intenta explicar su ausencia de los escenarios madrileños y
recuerda sus éxitos en el extranjero, el autor hace hincapié en la total
libertad concedida al escenógrafo y en su responsabilidad en la representación;
precisamente fue Bartolozzi quien dirigió, de acuerdo con Cibrián, el último
ensayo general para conseguir la total armonía de los conjuntos y de la
iluminación; Olmedilla lo refleja así:
De pronto, en el escenario del Cómico —donde hemos
charlado en espera de la hora del ensayo general, frente a las magníficas
decoraciones de Bartolozzi—, irrumpen
Pepita Meliá —maravillosa encarnación
española de Pomponina—, Benito
Cibrián, admirablemente caracterizado en el papel de Juan el Tonto —el de menos
texto en la obra, pero acaso el más peligroso y difícil—, y todos los
comediantes de la aguerrida compañía, en traza unos de personajes reales, otros
en guisa de fantoches... El escenario cobra una alegría, un movimiento
inusitados en los ensayos de comedias españolas. Acuchillan los juegos de luces
el tablado de la farsa. Gritan los carpinteros, trepan los tramoyistas... Sólo
falta la presencia de Bartolozzi, que por comprensivo acuerdo de Cibrián será
durante esta última prueba la suprema autoridad plástica de la escena.
Ya
llega el gran dibujante. Cibrián impone silencio y dice:
—Ahora usted
manda, Bartolozzi. Cuando todo esté a su entera satisfacción entraré yo. Yo que
apenas tengo nada que hacer ya. ¡Fuera la concha! ¡Si se lo saben todo de
memoria! 16
Finalmente, en la
"Autocrítica" publicada en ABC,
Grau dedica una parte importante de sus líneas, más allá de las habituales
fórmulas de rigor, a ensalzar la labor del escenógrafo:
[...] en el caso presente es sinceridad, sin asomo de
encomio obligado y convencional, declarar que lo que no es mío en la obra, su
contorno decorativo y la pericia de los actores que la interpretan los creo
acertadísimos. Bartolozzy (sic) es un gran artista, muy fino, y su labor es una
garantía de que algo bueno y grato a los ojos hallará la gente espectadora para
indemnizarle de lo que enoje en la fábula guiñolesca, cuyo ambiente exacto,
dentro de lo que permiten nuestros escenarios, ha sabido dar el decorador,
encargado en su integridad, como debe ser, de toda la plástica escénica:
decoraciones, trajes, luces, grupos... 17
En este punto sería conveniente recordar las consideraciones del
dramaturgo acerca del papel del decorador en la escenificación; exigencias que,
sin duda, a su entender cumplió el dibujante madrileño:
Una de las principales preocupaciones de la
escenografía moderna es sacrificar la personalidad del decorador al carácter y
a la esencia de la comedia o la farsa que se represente. Una obra dramática, lo
mismo que un cuadro o un poema, tiene su ideal atmósfera, su especial color y
su recóndita sensación. Un gran decorador consciente se fundirá con la obra que
trate de preparar para la escena, y cuanto mejor escudriñe en esa obra y más
ponga de relieve la íntima emoción de ella, más procurará que la decoración, el
vestido y el gesto de los personajes den en lo posible el alma de la comedia18.
Tras el estreno del 18 de mayo, y pese
al tono algo resentido con una parte de la crítica, el autor confirma en otra
entrevista su satisfacción por el resultado de la representación. A su juicio,
la pieza ganaba fuerza sobre el escenario gracias al talento de Bartolozzi y la
dirección de Cibrián:
—Vista con la
perspectiva del escenario. ¿Qué le parece ahora su Señor de Pigmalión ?
—Que tiene más
fuerza escénica de lo que yo me figuraba. Que es teatro, aunque, según algunos,
esté mal escrito su texto, por cuanto compruebo que conmueve y divierte al
público. A esto ha contribuido, sin duda, el gran arte de Bartolozzi,
plenamente acertado en la plástica de mi farsa, y la enorme, la extraordinaria
intuición artística, reforzada con una gran pericia teatral de Benito Cibrián
para dirigirla e interpretarla19.
Al mismo Benito Cibrián, y a Pepita Meliá, dedica unas líneas en
la nota "Al lector avisado" incluida en la edición de la obra que la
colección La Farsa sacó a la calle el
9 de junio. En ellas, se muestra agradecido ante la abierta disposición de los
primeros actores frente al autor y al decorador; actitud clave para el buen
éxito de lo que, a su juicio, constituyó un modelo de representación:
Supieron —contra todo uso
y costumbre en nuestras bárbaras prácticas teatrales— [...] dejar a
su autor y al decorador eminente encargado de la plástica escénica en completa
libertad de acción, dándoles la máxima autoridad [...], de tal modo, que, de
haber mayor sensibilidad pública, se recordaría el estreno en Madrid del Señor de Pigmalión, en lo que se refiere
a interpretación y contorno, como una de las primeras realizaciones integrales
de arte teatral, realizadas en nuestro desmayado y rutinario tablado de la
farándula20.
Decorados y figurines de Salvador Bartolozzi para El señor de Pigmalión. La recepción de la prensa madrileña.
Los elogios dirigidos por Jacinto Grau a
la labor de Salvador Bartolozzi fueron efectivamente compartidos por toda la
crítica, que coincidió en reconocer su escenografía como un acontecimiento
excepcional en los escenarios madrileños. Sin embargo, no tanta fue la
coincidencia en otros aspectos como la interpretación de los actores —que al parecer tuvo ciertas lagunas— y, sobre
todo, en cuanto a la obra misma: la "Farsa tragicómica de muñecos y
personas, en tres actos y un prólogo" de Jacinto Grau mereció la alabanza
de críticos como Floridor, Olmedilla
o José Alsina, pero también severas censuras; el comentario de "no era
para tanto" parece latir en no pocas reseñas, que razonaban sus reproches
al autor achacándole el uso descuidado del lenguaje21. No obstante,
gran parte de la crítica reconoció en su farsa una gran capacidad de sugerencia
y, ante todo, la atractiva visualidad que surgía de su obra; al respecto son
ilustrativas las opiniones de Enrique de Mesa o Fernández Almagro:
¿Qué efecto ha producido la farsa en el público?
Puede asegurarse que el curso de sus escenas ha sido aplaciente para el
espectador y penoso para el oyente [...]22
...
[...] Que El
señor de Pigmalión realice valores plásticos, merced a los cuales acciones
y pasiones se definen por sí mismos, es su mayor excelencia. Pero que el
insistido desarrollo de algunos pasajes y la dudosa calidad de la literatura lo
estropee, es su tacha más grave23.
En suma, fueron sus virtudes como
espectáculo visual las que atrajeron especialmente a espectadores y críticos;
y, lógicamente, se otorgó al responsable último de plasmarlas en el escenario,
Salvador Bartolozzi, un papel fundamental en el éxito de El señor de Pigmalión24:
Junto al aplauso al autor de teatro (aplauso que no
le fue regateado anoche) hay que registrar en primer término el del decorador.
Bartolozzi ha pintado tres decoraciones admirables y ha dado vida plástica
maravillosa a quince o veinte muñecos inolvidables25.
...
Entretenida sí lo es, la "farsa tragicómica de
hombres y muñecos", en la parte confiada a los muñecos. Con ayuda del
escenógrafo, un precioso espectáculo. El señor Grau ha tenido en el señor
Bartolozzi el más acertado colaborador26.
...
Bartolozzi logró un éxito rotundo como decorador.
Suyo es el escenario, muy original, y suya la graciosa y pintoresca
presentación de los muñecos. Tuvo el admirable artista buena parte en el
triunfo de El señor de Pigmalión27.
...
Salvador Bartolozzi gobernando colores, líneas,
telas y volúmenes, ha conseguido una victoria de las que marcan fecha en
nuestra escenografía. Decorado y trajes destacan el paso firme del talento y la
sensibilidad. Todo en su lugar, el conjunto perfectamente entonado. Fantasía de
la mejor28.
...
Aplaudir muy fuerte a Salvador Bartolozzi por sus
maravillosos muñecos y por toda su escenografía, mitad del éxito del
espectáculo29.
...
Bartolozzi ha sido insuperable colaborador en El señor de Pigmalión, él ha construido
los escenarios y ha vestido los muñecos con un arte exquisitamente estilizado,
gracioso y rico de color. Con Bartolozzi, la obra de Jacinto Grau ha tenido
todo su relieve expresionista30.
...
¿Había pensado en Bartolozzi al escribir su
tragicomedia el señor Grau? 31
Muestra inequívoca del interés que
despertó el estreno constituye la nada habitual cantidad de fotografías
publicadas por la prensa. Además, el citado
número de La Farsa reproduce —de forma inusual en la trayectoria de dicha colección— los figurines y bocetos de los decorados realizados por
Bartolozzi, así como nuevas fotografías de la representación33. Tal
documentación confirma la indiscutible la calidad del montaje de Bartolozzi, y
su excepcionalidad en el panorama de la escenografía española del momento.
Respecto a las anteriores versiones de
Dullin y Capek, la labor de Bartolozzi hubo de sufrir las estrecheces derivadas
de las escasas condiciones del teatro Cómico, las reducidas dimensiones de su
escenario y la mediocridad de su luminotecnia34; tuvo a su favor,
sin embargo, la directa supervisión del autor que, sin duda, se tradujo en una
mayor fidelidad al espíritu de la obra, no reñida con la absoluta libertad
creadora del artista madrileño.
En la construcción de los decorados
Bartolozzi, de acuerdo con las intenciones de Grau, supo acentuar de modo
conveniente el contraste entre el prólogo y los dos primeros actor. Frente al
moderno aspecto del decorado de Capek, el dispuesto por Bartolozzi para el
prólogo —la oficina de la empresa teatral— responde
a las pautas habituales de la escena española: el falso ilusionismo basado en
la minuciosidad y el detalle realista; ahora sólo estilizados por un toque
caricaturesco en los carteles que anunciaban la presentación de Pigmalión.
Realzaría de esta forma la aparición en el primer acto de una decoración muy
novedosa, antítesis de la tradicional plástica teatral española.
La escenografía de los dos primeros
actos es de gran inteligencia dentro de su simplicidad. Bartolozzi busca
subrayar en el escenario, adaptándose a sus reducidas dimensiones, el contraste
entre el fondo oscuro de las cortinas situadas en el foro y las cajas de los
muñecos situadas en primer término. Aparecen éstas en tres niveles comunicados
por una escalera central: en el nivel superior, las cinco cajas de las muñecas
se distinguen de todas las demás por ser las únicas con motivos decorativos;
entre ellas, destaca la de Pomponina con dibujos del Sol y la Luna frente a los
simples motivos geométricos que adornan las del resto de las muñecas. Establece
así con pericia una jerarquía acorde con la acción de la obra, en la que
Pomponina es el centro de atención de todas las miradas de hombres y autómatas.
Además, la sencillez y homogeneidad del aspecto de las cajas, con irregulares
formas trapezoidales, se acerca a la intención de Grau de evocar un escenario
lleno de féretros.
Tal simplificación potenciaba el efecto
sugerente de la variedad de formas y colores de los muñecos en el momento en
que Pigmalión los va presentando a los empresarios y al duque; escena que la
crítica coincide en señalar como lo más sobresaliente de la representación:
Esta atención minuciosa, escrupulosa, ejemplar, de
los espectadores, que había acogido con una comprensiva y alentadora salva de
aplausos el final del prólogo, se tradujo al comienzo del primer acto —cuando todos los
muñecos inventados por Pigmalión irrumpen en el escenario al conjuro de un mago
escenográfico, Salvador Bartolozzi— en una nutrida
ovación , que duró algunos minutos35.
...
[...] la dirección artística, [...] ha cuidado muy
bien los efectos de conjunto, sobre todo el de la primera salida simultánea de
los muñecos36.
...
Un aplauso franco para el señor Bartolozzi: sus
muñecos son admirables. El momento de su presentación en escena vale ya un
viaje hasta el teatro Cómico37.
...
El momento en que aparecen los muñecos es de una
fuerza teatral enorme38.
...
El prólogo, en una decoración jugosa y entonada de
Bartolozzi —¡qué enorme escenógrafo se
nos ofrece en esta prueba!— es, a nuestro
juicio, una excelente preparación de la farsa que se anuncia [...] Los tres
actos que siguen al prólogo en El señor
de Pigmalión, nos ofrecen, en primer término, una verdadera excepción de
novedad: distribución escénica, las cajas de embalajes donde se guardan los
muñecos y los mismos muñecos, primorosamente concebidos y humanizados por
Bartolozzi39.
Por fin, en el decorado del acto tercero
el escenógrafo acentúa el esquematismo y la sobriedad: la casa de pueblo de
paredes blancas, dibujada con líneas irregulares y escasos detalles de
ambientación sugiere un espacio irreal; al mismo tiempo, sus dos amplias
ventanas se convierten, con la presencia de los muñecos en la parte exterior,
en la embocadura de un primitivo retablo.
En definitiva, lo que Bartolozzi parece
buscar en su escenografía es, a partir de un criterio de gran simplicidad,
crear un marco funcional plenamente adecuado para realzar la presencia de los
actores; premisa que cumple manteniendo al mismo tiempo en los decorados la
fidelidad al simbolismo que el autor otorga a los tres espacios escénicos. Lo
que se plantea es un concepto plástico global, en el que los actores
perfectamente identificados por medio del vestuario y la caracterización
ocupasen el primer plano.
Y son, sin duda, los figurines y las
caracterizaciones diseñadas por Bartolozzi para los autómatas de Pigmalión el
aspecto de su trabajo que supera ampliamente los montajes anteriores. Los
espectadores y críticos reconocieron en la singular apariencia de los actores
del Cómico la proverbial maestría del dibujante en su faceta de creador de
esculturas caricaturescas, quizá lo más popular de su trabajo en este momento
junto a sus ilustraciones; así lo reflejan Enrique de Mesa o Díez-Canedo:
El Sr. Bartolozzi, ya acreditado como excelente
muñequero fuera de la escena, ha confirmado en esta su triunfo. Su imaginería
popular está bien plasmada, proporcionadas las figuras, graciosas y justas en
su expresión y en su arreo40.
...
Sus figurines son admirables, deliciosos. Todos
conocemos los muñecos de trapo de Bartolozzi; al verlos, agrandados, moverse en
escena, combinando a maravilla sus graciosas formas y llamativos colores,
cedemos a su atractivo41.
En efecto, como sugieren las fotografías de la representación y
confirman estos testimonios, en la caracterización de los muñecos de carne y
hueso de la farsa de Grau —al igual que la de trabajos posteriores, la Farsa y licencia de la reina castiza o su teatro para niños— el dibujante madrileño fue capaz de aplicar esa misma pericia del
artesano en trapo, comunicándoles un halo de puerilidad y sugerencia ambigua
inigualables.
En cuanto a su estética, Bartolozzi se
acerca al concepto de estilización difundido por los "Ballets Rusos"
de Sergio de Diaguilev: un sentido colorista y decorativo que responde
perfectamente al sentido original de la obra y al propósito del autor. El
propio Grau reconoce que había sido la impresión de su asistencia como
espectador al ballet Petruchska lo
que le había impulsado inicialmente a escribir su farsa42. En
efecto, el autor catalán tomó elementos temáticos de este ballet, como el
carácter de los autómatas capaces de albergar pasiones y sentimientos, o la
idea del teatro dentro del teatro; sin embargo, el hallazgo que con mayor
coherencia asimila Grau es el de la búsqueda de la estilización plástica en las
tradiciones populares, aplicada al contexto español. Estilización que en Petruschka
se verificaba en los motivos del folklore ruso que inspiraron a
Benoist, y que en otro de los montajes
de Diaguilev, el ya conocido El sombrero
de tres picos, Pablo Picasso había ya trasladado a la interpretación de
motivos españoles, en un conjunto admirablemente resuelto43. Por su
parte, Jacinto Grau propone en El Señor
de Pigmalión una personal recreación de personajes del folklore y del
teatro primitivo castellano, reuniendo a los tipos más significados: Pedro de
Urdemalas, el Enano de la Venta, Pero Grullo, Mingo Revulgo, el capitán Araña,
Ambrosio el de la carabina, Bernardo el de la espada, el Tío Paco, Lucas Gómez,
Juan el Tonto, Don Lindo, Periquito entre ellas...; en el caso de las muñecas,
algunos de sus nombres remiten al teatro clásico español —Corina, Marilonda, Dondinela y Lucinda—,
mientras que el de la protagonista, Pomponina, parece sugerir un sentido
infantil con evocaciones modernistas; ellas son "el trasunto más acabado
de la hermosura femenina y terrenal". La asimilación de los motivos de Petruschka condujeron igualmente al
dramaturgo catalán al empleo de la marioneta; elemento del teatro primitivo
recuperado para la escena moderna por creadores de la talla de Alfred Jarry o
Gordon Craig; desde una concepción análoga, Grau contrapone en su farsa la
esencial teatralidad de los muñecos, confrontándola con la insuficiencia del
actor de su tiempo44.
El acierto definitivo de Bartolozzi fue
el de saber captar estas intenciones de Grau de dotar a sus criaturas, desde un
prisma moderno, del espíritu de la farsa inspirada en el primitivo teatro popular
de títeres; pero además el artista supo potenciarlas en la representación y,
siguiendo muy libremente las acotaciones referidas a la apariencia de los
personaje, superar las sugerencias plásticas del autor. Aplica Bartolozzi un
criterio de síntesis y estilización ajustado, más próximo a Picasso que al
preciosismo de Baskt, y añade al mismo tiempo su personalísima óptica
ingenuista. Los autómatas de Pigmalión se convierten así en pueriles marionetas
de colores vistosos, con trajes llenos de detalles decorativos, pero sin perder
nunca su propia y característica esencia popular; resuelve de nuevo la
interpretación moderna de motivos populares españoles con idéntica maestría que
ya demostrara en aquel cartel de "La Destrozona", que para Ramón Gómez
de la Serna significaba "la verdadera orientación del arte español".
No obstante, la aportación más personal
del dibujante a la representación es el matiz de absoluta infantilización de
los muñecos. La contradicción entre su aspecto pueril con un carácter finalmente
violento acentúa el carácter tragicómico de la farsa, subraya el elemento de
crueldad y pesimismo que esconde la obra. Al respecto, los bocetos de los
figurines, publicados en la edición de La
Farsa, muestran unos tipos muy caricaturescos, con un estilo en el dibujo
de gran simplicidad análogo al de sus ilustraciones para el público infantil.
Esta imagen de los autómatas realza el carácter aniñado, inconsciente, que se
revela en sus diálogos y en su forma de actuar en los dos primeros actos,
potenciando en el tercer acto la paradoja de la violencia unos seres
aparentemente inofensivos: juguetes de apariencia ingenua que son capaces de
mostrar su crueldad, de rebelarse contra los seres humanos y de destruirlos.
Para lograr plenamente estos matices, además de la adecuación del vestuario,
Bartolozzi supervisó la caracterización de los actores con la utilización del
maquillaje y unos postizos especialmente expresivos, casi a modo de máscaras;
demostraba así un criterio absolutamente moderno, enfrentado al habitual
descuido de esta faceta en los escenarios españoles45: algunas de
las caracterizaciones —las del macrocéfalo enano de la Venta armado con un enorme mazo,
el apicarado Lucas Gómez o el burdo Tío Paco— resaltan
los rasgos más grotescos; el capitán Araña o Bernardo el de la Espada, con sus
armas y uniformes de un imaginario ejército, semejan figuras de inofensivos
soldados de plomo46; personajes como Periquito —señoritingo con un ridículo monóculo— Mingo
Revulgo, Pero Grullo o Urdemalas visten trajes del día que chocan con el
atuendo fantástico del idealista don Lindo, caracterizado un príncipe de cuento
de hadas; entre las muñecas, todas con trajes de volantes muy vistosos y
apariencia de juguetes delicados, destaca Pomponina, adornada como una flor con
su vestido de capas en forma de pétalos.
En suma, Salvador Bartolozzi confirmó en
su montaje de El señor de Pigmalión
su capacidad como escenógrafo moderno y completo, ofreciendo al público del
teatro Cómico un conjunto espléndidamente armonizado y una efectiva
interpretación de la farsa representada; un espectáculo visual de gran calidad
premiado con el refrendo unánime que resume el escueto comentario del veterano Alejandro Miquis:
Bartolozzi en la postura en escena de esta obra —trajes,
decorados, luces— ha conquistado un nuevo
triunfo como artista depurado, moderno y exquisito47
1 Jacinto Grau había estrenado
cinco de sus obras con escaso eco: Don
Juan de Carillana (1913) en el teatro Infanta Isabel, En Ildaria en el teatro Princesa (1917), El hijo pródigo en el Eslava
(1918) y El conde Alarcos y La
redención de Judas (1919) ambas estrenada por la propia "Compañía
Atenea" de Ricardo Baeza (Véase, Andrew Anderson, "Una iniciativa
teatral: Ricardo Baeza y su Compañía Dramática Atenea", art. cit.)
2 He publicado una versión del
presente capítulo: "El estreno en Madrid de El señor de Pigmalión de
Jacinto Grau (18-V-1928): la plástica escénica de Salvador Bartolozzi", Anales de Literatura Española Contemporánea,
Vol. 20, (1995), pp. 439-461.
3 Jacinto Grau, El señor de
Pigmalión, "Farsa tragicómica de hombres y muñecos en tres actos y un
prólogo", Madrid, Tipografía y Editorial Yagües, 1921.
4 Dru Dougherty, "The semiosis of stage
decor in Jacinto Grau's El Señor de
Pigmalión", Hispania, 67,
Septiembre 1984, pp. 351-357. Sobre el dramaturgo catalán, véanse también Luciano
García Lorenzo, "Los prólogos de Jacinto Grau", Cuadernos Hispanoamericanos, 224-225 (1968), pp. 622-631 y su
"Introducción" a Jacinto Grau, Teatro
Selecto, Madrid, Escelicer, 1971.
5 John W. Kronik, "Vanguardia y tradición en el teatro de Jacinto
Grau", en El teatro en España, p. 84.
6 Jacinto Grau,
"Teatro y escenografía", España,
229 (28-VIII-1919).
7 Jacinto Grau,
"Escenografía. El decorado y la emoción de la obra", Heraldo de Madrid (22-VIII-1925).
8 Dougherty, "The semiosis of stage decor in Jacinto Grau's El Señor de Pigmalión", art. cit.,
p. 335.
9 Jacinto Grau, El señor de
Pigmalión, col. La Farsa , 40
(9-VI-1928), p. 28.
10 Jacinto Grau, "Escenografía. El decorado y la emoción de la
obra", art. cit.
11 Gabriel García Maroto, "El teatro español en París. El Señor de
Pigmalión, de Jacinto Grau", La
Esfera, 487 (5-V-1923).
12 Ricardo Baeza. "El arte español en el extranjero. El señor de
Pigmalión en Praga", La Esfera,
623 (12-XII-1925). Véanse también los comentarios de Estévez-Ortega en el
capítulo "El teatro moderno de Jacinto Grau" en Nuevo escenario (op. cit.,
pp. 42-49).
13 "Sección de rumores", Heraldo
de Madrid (29-III-1928), p. 5.
14 "Sección de rumores", Heraldo
de Madrid (30-III-1928), p. 5.
15 "Sección de rumores",
Heraldo de Madrid (20-IV-1928), p. 5. Pedro Lozano Bartolozzi señala la
colaboración de Pitti Bartolozzi y su marido Pedro Lozano, quienes realizaron
las decoraciones a partir de los cartones de Salvador (op. cit., p. 33).
16 Trivelín, "Una hora de ensayo
con D. Jacinto Grau", ABC (3-V-1928).
17 Juan G. Olmedilla, "El
Señor de Pigmalión. Jacinto Grau, dramaturgo europeo, estrena, por fin, en
España", Heraldo de Madrid (17-V-1928), p. 5.
18 Jacinto Grau,
"Autocríticas", ABC
(26-IV-1928).
19 Jacinto Grau,
"Escenografía. El decorado y la emoción de la obra", art. cit.
20 Juan G. Olmedilla, "Los
autores después del estreno. Jacinto Grau, su Pigmalión, el público y la
crítica y los impertinentes", Heraldo
de Madrid (24-V-1928), p. 5.
21 Jacinto Grau, op. cit. ,
p. 1.
22 Buen ejemplo de
estas críticas es la opinión de Enrique de Mesa, que sentencia: "La
inseguridad, la intercadencia y el mal gusto característico del Sr. Grau
frustran su obra" ("El señor de
Pigmalión, farsa tragicómica de hombres y muñecos, por D. Jacinto
Grau", El Imparcial, 19-V-1928,
p. 15). Por otra parte, la respuesta del público fue mediana, y la pieza tan
sólo se mantuvo en cartel hasta el 10 de junio, alcanzando las veintiocho
representaciones.
23 Ibídem, p. 15.
24 M. Fernández
Almagro, "El señor de Pigmalión,
en el Cómico", La Voz
(19-V-1928), p. 6.
25 Bartolozzi hubo
de salir al proscenio a recoger el aplauso del público, como reflejan varias
crónicas. Enrique de Mesa: "El público, al final de las tres jornadas,
llamó al proscenio a D. Jacinto Grau. Y muy justamente al Sr. Bartolozzi por
sus logros de tramoyista"; Cimorra: "Quede aislado un ferviente
aplauso a la maravillosa montura escénica, sumado a los que el público otorgó a
Bartolozzi" ("Cómico. Estreno de El
señor de Pigmalión, farsa tragicómica de hombres y muñecos, de D. Jacinto
Grau", El Mundo, 19-V-1928, p.
3.); Díez-Canedo: "Muchos aplausos para el autor y para el escenógrafo,
que salió al proscenio al final del acto segundo" ("El señor de
Pigmalión", El Sol, 19-V-1928);
Arturo Mori recoge la opinión del público: —¡Ha visto usted!— Magnífico! La
obra... —Y el decorado de Bartolozzi. Pasmosa presentación, amigo mío. Así ya
se puede estrenar" ("Seis horas de arte. Las imágenes de García
Sanchiz y los muñecos de Jacinto Grau. Estreno de El señor de Pigmalión", El
Liberal, 19-V-1928, p. 5). Pueden ser significativas al respecto las
variaciones del texto de las gacetillas
que anunciaban la obra en las páginas de espectáculos de ABC; hasta el jueves 24 de
mayo, rezan: "... la farsa de hombres y muñecos de Grau, El Señor de Pigmalión, gran presentación
escénica, por el formidable Sr. Bartolozzi"; desde el día siguiente hasta
el fin de las representaciones,
desaparece el nombre del autor: "... El
Señor de Pigmalión, grandiosa presentación escénica por el notable
dibujante Sr. Bartolozzi".
26 S/f, "Una
obra de Jacinto Grau. El señor de
Pigmalión, en el Cómico", Heraldo
de Madrid (19-V-1928), p. 5.
27 Enrique
Díez-Canedo, "El señor de Pigmalión", art. cit.
28 Santorello, "Actualidades teatrales. El señor de Pigmalión", Blanco y Negro, 1932 (27-V-1928).
29 M. Fernández
Almagro, "El señor de Pigmalión,
en el Cómico", art. cit.
30 Manuel Machado, "El señor de Pigmalión, de Jacinto Grau,
en el Cómico", La Libertad
(23-V-1928), p. 4.
31 Floridor, "El señor de Pigmalión", ABC (19-V-1928), p. 37.
32 Antonio de la Villa, "Al fin fue estrenado
anoche Pigmalión", La Libertad (19-V-1928).
33 El número de La Farsa
incluye bocetos de los tres decorados, catorce figurines de los
muñecos, un dibujo del segundo acto y cuatro fotografías del estreno.
Fotografías de otras escenas pueden verse en: Mundo Gráfico, 865 (30-V-1928); ABC
(30-XII-1928) y (26-V-1928). Nuevo Mundo, 1792 (25-V-1928) reproduce
algunos figurines en color, incluidos algunos no presentes en el número de La Farsa. Fresno publicó una graciosa
caricatura con motivo de la función de homenaje a Pepita Meliá (Nuevo Mundo, 1806, 29-VI-1928).
34 Enrique Díez-Canedo señala
en su citada reseña: "El decorado completa el efecto, con menor
intensidad, excusable si se tiene en cuenta lo exiguo del escenario del Cómico
y su falta de un buen sistema de luces, remediado sólo a medias por la
dirección artística".
35 S/f, "Una obra de Jacinto Grau. El señor de Pigmalión, en el Cómico", Heraldo de Madrid (19-V-1928), p. 5.
36 Enrique Díez-Canedo,
"El señor de Pigmalión", art. cit.
37 Hipólito Finat, "Cómico.-Estreno de la farsa tragicómica de
hombres y muñecos de don Jacinto Grau, titulada
El señor de Pigmalión ", La Época (18-V-1928), p. 1.
38 Jorge de la Cueva, "Cómico. El
señor de Pigmalión", El Debate
(19-V-1928), p. 4.
39 Antonio de la Villa, "Al fin fue estrenado anoche Pigmalión", La Libertad (19-V-1928), p. 4.
40 Enrique de Mesa, "El
señor de Pigmalión, farsa tragicómica de hombres y muñecos, por D. Jacinto
Grau", art. cit.
41 Enrique
Díez-Canedo, "El señor de Pigmalión", art. cit.
42 Así lo declara en Trivelín, "Una hora de ensayo con D. Jacinto Grau", art.
cit. Cabe sugerir, como hipótesis de otra posible influencia —que el orgulloso
Grau quizá no hubiera admitido— la existencia en la misma época de un
popularísimo espectáculo de autómatas creado por Francisco Sanz, artista
sumamente peculiar y verdadero Pigmalión del mundo de las varietés. En varios artículos de Nuevo Mundo se describe la troupe
de autómatas, de complicado mecanismo y, curiosamente, se alude a los cuidados
cajones en los que Sanz los transportaba en sus giras "viajan, como grandes señores, en departamentos
propicios y dentro de una caja con mil divisiones" (F. Gil Asensio,
"Ilusión y realidad. Lo que puede un artista", Nuevo Mundo 1182 (1-IX-1916). Sanz recorrió con su espectáculo
medio mundo e incluso llegó a rodar algunas películas donde daba a conocer a
sus personajes y desentrañaba algunos de los mecanismos de su movimiento
("Sanz y el secreto de su arte", Nuevo
Mundo, 1406, 24-XII-1920). Pueden verse otras fotografías y reseñas: Nuevo Mundo (4-X-11918) y (16-V-1919) y Antonio G. de Linares "Los nietos de
polichinela. Sanz y sus cómicos de cartón con alma de resorte", Nuevo Mundo, 1664 (11-XII-1925).
43 Pueden verse los figurines y decorados de Picasso en el citado: Picasso. El sombrero de tres picos,
(Catálogo exposición), Museo Picasso, París, 1993. Más difícil resulta precisar
otra de las posibles influencias en la plástica de Bartolozzi para la obra de
Grau: el film de Fritz Lang, La muñeca
(1919); conociera o no el dibujante dicho título, resulta significativa la gran
semejanza en el tratamiento plástico del motivo de los autómatas que se aprecia
entre la película y el montaje teatral.
44 Con similar criterio, como se verá en un capítulo posterior Valle-Inclán, Falla y García Lorca
participaron en la recuperación del guiñol, apreciando ante todo su carácter
primitivo. Al respecto, véase, "Valle-Inclán y las marionetas. Entre la
tradición y la vanguardia", en El
teatro en España, pp. 361-372.
45 Hay que señalar como
antecedente inmediato la expresiva caracterización guiñolesca de los actores de
"El Mirlo Blanco" en la representación de El gato de la Mère Michel de Carmen M. de Baroja, en el que quizá
pudo intervenir el propio Bartolozzi, de confirmarse su colaboración con el
grupo. Puede verse una fotografía del distinguido elenco de muñecos ‑López
Rubio, Carmen Baroja, Ricardo Baroja, Gustavo Pittaluga, Raimonde de Bak,
Fernando G. Bilbao y Paco Vighi‑ que reproduce el artículo de Margarita Nelken,
"Del público llamado atrasado, al teatro llamado moderno", Cosmópolis (VI-1930), p. 63.
46 Como anécdota, señalar la aparición del propio Bartolozzi en el
papel del Capitán Araña en el beneficio de Pepita Meliá
("Representaciones", ABC,
19-VI-1928).
47 Alejandro Miquis, "El
señor de Pigmalión", Nuevo Mundo
(25-V-1928). Confirman semejante
unanimidad otros comentarios: José de la Cueva: "Bartolozzi [...] ha
sabido encontrar la más artística combinación de color y de línea en los
modelos de los trajes" ("Un acontecimiento escénico. El señor de Pigmalión, farsa de hombres
y muñecos de Jacinto Grau, obtuvo anoche un éxito indiscutible", Informaciones, 19-V-1928, p. 5);
Cimorra: "Figurines admirables de Bartolozzi"; José Alsina: "La
obra estuvo muy bien servida por Bartolozzi, que acertó por completo en el
vestido de los muñecos, en las combinaciones de color y en la composición de
los escenarios" ("Cómico. El
señor de Pigmalión", La Nación,
19-V-1928, p. 5); Jorge de la Cueva: "La escenografía y figurines, de Bartolozzi,
de gran efecto, del mejor gusto y de admirable vivacidad"; Enrique de
Mesa: "La letra del acto primero entra con el aliño de la escenografía y
del indumento. Una y otro están logrados. Con elementos sencillos de decoración
y de luz, aquella. con buen gusto y penetración aguda, este"; Alejandro Miquis: "La escenografía
de Bartolozzi, excelente también, avalora la obra" ("En el Cómico. El señor de Pigmalión", Diario Universal, 19-V-1928, p.3); M.
Rojo: "[...] contribuyendo al mejor éxito de la representación, Bartolozzi
ha dispuesto dos decoraciones que fueron justamente celebradas"
("Cómico. El señor de Pigmalión",
El Socialista, 19-V-1928, p.3).
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