Salvador Bartolozzi. Perfil artístico (3)
Por encima de esta evolución estilística se pueden distinguir, siguiendo la descripción de Manuel Abril, dos facetas o maneras en la factura de Bartolozzi presentes en el conjunto de su producción:
Como artista de su tiempo, muy de su tiempo, y fino de percepción, tenía necesariamente que ser seducido por los dos aspectos que más puedan estremecer la sensibilidad de un dibujante de hoy: el aspecto revuelto, de sombras, hosquedades, trágicos claros obscuros y genialidades siniestras que desde que vino Goya al mundo no han dejado de preocupar e influir en los grandes artistas del dibujo y del grabado: y después de este aspecto, el pulcro, el de la línea limpia que aquí se hace elegante, sencilla, correcta; allá temblorosa, emocionada; en este caso decorativa y limpia; en este otro detallista y prolija hasta recamar de adornos el dibujo90.
Tomás Borrás, alude igualmente a esta doble calidad del dibujo de Bartolozzi: "delicado y exquisito como un Fujita, hondo calador del carácter como un Ortego"; Borrás interpreta la línea limpia y pulcra de Bartolozzi como fruto de la superación de su formación clásica en el taller de la Escuela de San Fernando a través del arte oriental, asimilado primero a través de la pintura de Toulouse-Lautrec y después en la fuente primitiva de la estampa japonesa:
Nació Bartolozzi, de tronco italiano, en la estética de yeso, en el taller de reproducciones de Victorias de Samotracia y Niños sacándose la espina que su padre instaló en la Academia de San Fernando. Era de aquella Escuela, donde tanto pesa la perfección de los Zurbaranes del Museo, a más del peso de todo Egipto, toda Grecia y toda Roma en la escultura del vaciado, que practicó. De ahí su rotundidad perfecta en la línea, que aligeraba dejándola traspasar por el aire transido de Gracia divina de esta altura que se empapa en lo celeste. Y le sucedía lo que a Madrid le ha sucedido en el XIX, uno de sus gayos caprichos: que era, en cierta manera, oriental [...] Bartolozzi sentía en la sangre este trasluz de lo delgado y aéreo, de la seda del trazo, del esfuminado de la aparente femineidad del tono. Podría superponerse en un lineomontaje un grupo de diseños de Bartolozzi y resultaría también... un mantón de Manila91.
Ambos aspectos, lo pulcro y lo revuelto, se manifiestan no sólo en la factura sino también en el tratamiento de los asuntos: junto al dibujante de la visión delicada y poética y de la estilización elegante, se manifiesta el decididamente atraído por el feismo, por la deformación grotesca de un Ortego o por la brutal expresividad goyesca. Son tendencias que no se excluyen entre sí y, al contrario, se van encontrando a cada paso como expresión de la calidad de superación de lo antitético propia del talante artístico de Bartolozzi, cuya mejor definición surge de la convergencia de términos en apariencia opuestos: difícil sencillez, mixtura de ingenuidad y perversión, infantilismo y crueldad...
En sus mejores dibujos, el madrileño es capaz de mostrar el haz y el envés de un asunto, provocando al tiempo atracción y repulsión, desentrañando al tiempo la elegancia y la vulgaridad; Ramón Gómez de la Serna, clarividente espectador del arte de su tiempo y fiel intérprete de la obra de su colaborador y amigo, resume en la dedicatoria de La bailarina esta capacidad peculiar de hacer compatibles elementos divergentes:
A Salvador Bartolozzi, que lo dibuja todo como si dibujara bailarinas, poniendo en todo —hablando más simbólicamente— una sombra de misticismo, un halo de perversión y, una ingenuidad gris perla, trébol difícil de las tres hojas que hace la suerte de sus cosas; beau-diseur pantomímico, que patina de algo quimérico todas las violencias, que las hace en un blanco suave y duro como de jade [...]92
Sin duda, la hoja más valiosa de este "trébol difícil", porque en cierta manera comprende e informa a las otras dos, es la de la ingenuidad; una ingenuidad que ni es pose hipócrita, ni fruto de la incapacidad técnica, sino que surge de la sabiduría transigente y antidogmática, como el propio Ramón observa en el artículo que dedicó al dibujante en las páginas de Prometeo :
Bartolozzi es un colorista y un dibujante que aprovecha toda sabiduría del color y del dibujo para no saber, para dar ingenuamente en todo su horror y en todo su desdibujo y toda su suciedad —o en toda su belleza— cosas que cualquier otro, hubiera dado con una decencia y una tecnicología estúpidas. Gracias a esa ingenuidad con que ve, ve sin ritualismo, sin tropezar con el tópico, sin canonizar.
"Su" ingenuidad —porque hay ingenuidad de ingenuidades— da independencia a su modo de ver, no le hace tener vanos sectarismos y así trata sin crueldad escenas maleantes que así adquieren la crueldad que tienen por sí, y que sin esa ingenuidad comentadas por un moralista de la moral, del color o del dibujo, hubieran sido menos crueles pero más execradas, más cristianizadas: es decir, menos veraces, menos generosas.
Esa ingenuidad, que debe ser el ápice de las sabidurías, esa transigencia de Bartolozzi, es la que le hace orientarse e imponer en sus cosas un criterio decorativo y seleccionador. A eso se debe su originalidad, a que sabe ser ingenuo.
Es como su segunda niñez, la sabiduría de Bartolozzi.
Y a una segunda niñez, ha de conducirnos toda sabiduría; no ya demasiado viejos, sino demasiado jóvenes, como a él.
Ramón ve en esa sabia ingenuidad la clave del arte de Bartolozzi, al que adjudica términos como "estilización" o "refinamiento", pero entendidos más allá del tópico obligado y manido en todas las referencias al dibujante —"Estoy harto de que me llamen el refinado como al petróleo y a los morfinómanos", se quejaba Bartolozzi a José Francés93—:
Bartolozzi, dada esa buena disposición con que mira la vida, no se ensaña ni se pasma —que pasmos son las copias—, sino que comprende, es decir, estiliza. No tiene honestidad su alma, sino efusión y magnanimidad.
Sobre la caricatura mediocre que da el original sorprendido sin genializar, está la caricatura estilizada. La que si va al desdibujo, sabe desdibujar, cosa más difícil que el dibujar, y si va al dibujo, dibuja un poco lunáticamente, es decir, tomando la figura como un leit motiv, alrededor del que se hacen todas las filigranas que la inventiva florezca.
Bartolozzi sabe estilizar como ningún caricaturista español94.
Coincide Margarita Nelken con el análisis de Ramón Gómez de la Serna, cifrando en la ingenuidad, que ella denomina "sencillez blanca", la esencia del carácter del arte de Bartolozzi:
Él que aparece tan complejo y tan decadente —sus mujeres perversamente ingenuas se han asemejado a orquídeas, las flores intencionadas que no son flor— es sencillo como ninguno, pues su sencillez proviene de su desprecio y su clarividencia [...]
Así su sencillez no es la sencillez que no sabe, la que no conoce la cumbre y lo que se domina; es la sencillez del más allá, la que vuelve en sí después de haber cerrado el círculo, la que se ha enterado demasiado para respetar las barreras y ponerlas muy ostensibles para demostrar que se saben saltar.
El mundo de Bartolozzi —porque es un mundo entero lo que él va creando— es siempre de una sencillez clara y fina, una sencillez blanca, podríamos decir. Sus figuras son sencillas en todo: en la sabiduría incomparable que las forma y en su expresión que les sale de dentro con toda sencillez [...] Todo lo hace con la misma sencillez, la misma pureza, con la misma posesión. Y los cuerpos brutalmente hermosos de su mitología, y las formas enrevesadas de sus espíritus, y los cuerpos finos hasta el romper de sus princesitas de cuento, y los cuerpos caídos de sus mujeres demasiado vividas, y el gesto y las andanzas chulonas de sus apaches y de sus mozas de ojos pintados y caderas salientes: todo lo posee en su amplitud más amplia y más completa [...]95
Estos rasgos definitorios hallan expresión plena en muchas de las ilustraciones, portadas, caricaturas y carteles publicados por Bartolozzi, aunque en no pocas ocasiones quedan ahogados por el peso de la inspiración ajena o de la mediocridad de los asuntos que le impone el medio profesional. Quizá por ello frecuentó vías alternativas para desarrollar su creatividad, desde los muñecos de trapo, la escenografía, la escritura o el teatro para niños, en las que aparece más libre y siempre fiel a estas premisas de ingenuidad y sencillez. No obstante, la talla de Bartolozzi como dibujante es indiscutible, como indiscutible es la originalidad de una trayectoria que, partiendo del postmodernismo francés, lo supera con una difícil mixtura de lo cosmopolita y lo castizo, gravitando entre los polos de la huella del japonesismo, que se manifiesta en la pureza de la línea y en la delicadeza del trazo, y la vigorosa reinterpretación de lo goyesco, fundamental en los dibujantes españoles de la época.
Desde una perspectiva más amplia, la obra gráfica de Bartolozzi y su postura ante el trabajo creativo responde a aquella "actitud frente a la vida" que supone el humorismo moderno definido por Ramón Gómez de la Serna; humorismo que "no es una cosa concreta, sino expansiva y diversificada, que ha de merecer concesiones en toda obra que se quiera sostener en pie sobre el terreno movedizo del terráqueo actual"; en efecto, el arte de Bartolozzi se ajusta perfectamente a algunas de las premisas dictadas por Ramón en su "Gravedad e importancia del humorismo": "falta a esa ley escolar que prohibe sumar cosas heterogéneas, y de esa rebeldía saca su mayor provecho"; "es lo más limpio de intenciones, de efectismos y de trucos. Lo que parece en él truco, es, por el contrario, la puesta en claro de los trucos que antes se quedaban escondidos y sin delación, y que por eso eran más responsables y graves"96. Desde una personalidad bien definida y salvadas las limitaciones derivadas de su profesión, Bartolozzi responde esencialmente a la etiqueta del humorista moderno, reflejando en su obra el espíritu característico de su tiempo.
NOTAS
90 Manuel Abril, "Artistas españoles. Salvador Bartolozzi", art. cit., p. 89.
91 Tomás Borrás, En Madrid, Patria de todos, Madrid, Cultura Clásica y Moderna, p. 247.
Como artista de su tiempo, muy de su tiempo, y fino de percepción, tenía necesariamente que ser seducido por los dos aspectos que más puedan estremecer la sensibilidad de un dibujante de hoy: el aspecto revuelto, de sombras, hosquedades, trágicos claros obscuros y genialidades siniestras que desde que vino Goya al mundo no han dejado de preocupar e influir en los grandes artistas del dibujo y del grabado: y después de este aspecto, el pulcro, el de la línea limpia que aquí se hace elegante, sencilla, correcta; allá temblorosa, emocionada; en este caso decorativa y limpia; en este otro detallista y prolija hasta recamar de adornos el dibujo90.
Tomás Borrás, alude igualmente a esta doble calidad del dibujo de Bartolozzi: "delicado y exquisito como un Fujita, hondo calador del carácter como un Ortego"; Borrás interpreta la línea limpia y pulcra de Bartolozzi como fruto de la superación de su formación clásica en el taller de la Escuela de San Fernando a través del arte oriental, asimilado primero a través de la pintura de Toulouse-Lautrec y después en la fuente primitiva de la estampa japonesa:
Nació Bartolozzi, de tronco italiano, en la estética de yeso, en el taller de reproducciones de Victorias de Samotracia y Niños sacándose la espina que su padre instaló en la Academia de San Fernando. Era de aquella Escuela, donde tanto pesa la perfección de los Zurbaranes del Museo, a más del peso de todo Egipto, toda Grecia y toda Roma en la escultura del vaciado, que practicó. De ahí su rotundidad perfecta en la línea, que aligeraba dejándola traspasar por el aire transido de Gracia divina de esta altura que se empapa en lo celeste. Y le sucedía lo que a Madrid le ha sucedido en el XIX, uno de sus gayos caprichos: que era, en cierta manera, oriental [...] Bartolozzi sentía en la sangre este trasluz de lo delgado y aéreo, de la seda del trazo, del esfuminado de la aparente femineidad del tono. Podría superponerse en un lineomontaje un grupo de diseños de Bartolozzi y resultaría también... un mantón de Manila91.
Ambos aspectos, lo pulcro y lo revuelto, se manifiestan no sólo en la factura sino también en el tratamiento de los asuntos: junto al dibujante de la visión delicada y poética y de la estilización elegante, se manifiesta el decididamente atraído por el feismo, por la deformación grotesca de un Ortego o por la brutal expresividad goyesca. Son tendencias que no se excluyen entre sí y, al contrario, se van encontrando a cada paso como expresión de la calidad de superación de lo antitético propia del talante artístico de Bartolozzi, cuya mejor definición surge de la convergencia de términos en apariencia opuestos: difícil sencillez, mixtura de ingenuidad y perversión, infantilismo y crueldad...
En sus mejores dibujos, el madrileño es capaz de mostrar el haz y el envés de un asunto, provocando al tiempo atracción y repulsión, desentrañando al tiempo la elegancia y la vulgaridad; Ramón Gómez de la Serna, clarividente espectador del arte de su tiempo y fiel intérprete de la obra de su colaborador y amigo, resume en la dedicatoria de La bailarina esta capacidad peculiar de hacer compatibles elementos divergentes:
A Salvador Bartolozzi, que lo dibuja todo como si dibujara bailarinas, poniendo en todo —hablando más simbólicamente— una sombra de misticismo, un halo de perversión y, una ingenuidad gris perla, trébol difícil de las tres hojas que hace la suerte de sus cosas; beau-diseur pantomímico, que patina de algo quimérico todas las violencias, que las hace en un blanco suave y duro como de jade [...]92
Sin duda, la hoja más valiosa de este "trébol difícil", porque en cierta manera comprende e informa a las otras dos, es la de la ingenuidad; una ingenuidad que ni es pose hipócrita, ni fruto de la incapacidad técnica, sino que surge de la sabiduría transigente y antidogmática, como el propio Ramón observa en el artículo que dedicó al dibujante en las páginas de Prometeo :
Bartolozzi es un colorista y un dibujante que aprovecha toda sabiduría del color y del dibujo para no saber, para dar ingenuamente en todo su horror y en todo su desdibujo y toda su suciedad —o en toda su belleza— cosas que cualquier otro, hubiera dado con una decencia y una tecnicología estúpidas. Gracias a esa ingenuidad con que ve, ve sin ritualismo, sin tropezar con el tópico, sin canonizar.
"Su" ingenuidad —porque hay ingenuidad de ingenuidades— da independencia a su modo de ver, no le hace tener vanos sectarismos y así trata sin crueldad escenas maleantes que así adquieren la crueldad que tienen por sí, y que sin esa ingenuidad comentadas por un moralista de la moral, del color o del dibujo, hubieran sido menos crueles pero más execradas, más cristianizadas: es decir, menos veraces, menos generosas.
Esa ingenuidad, que debe ser el ápice de las sabidurías, esa transigencia de Bartolozzi, es la que le hace orientarse e imponer en sus cosas un criterio decorativo y seleccionador. A eso se debe su originalidad, a que sabe ser ingenuo.
Es como su segunda niñez, la sabiduría de Bartolozzi.
Y a una segunda niñez, ha de conducirnos toda sabiduría; no ya demasiado viejos, sino demasiado jóvenes, como a él.
Ramón ve en esa sabia ingenuidad la clave del arte de Bartolozzi, al que adjudica términos como "estilización" o "refinamiento", pero entendidos más allá del tópico obligado y manido en todas las referencias al dibujante —"Estoy harto de que me llamen el refinado como al petróleo y a los morfinómanos", se quejaba Bartolozzi a José Francés93—:
Bartolozzi, dada esa buena disposición con que mira la vida, no se ensaña ni se pasma —que pasmos son las copias—, sino que comprende, es decir, estiliza. No tiene honestidad su alma, sino efusión y magnanimidad.
Sobre la caricatura mediocre que da el original sorprendido sin genializar, está la caricatura estilizada. La que si va al desdibujo, sabe desdibujar, cosa más difícil que el dibujar, y si va al dibujo, dibuja un poco lunáticamente, es decir, tomando la figura como un leit motiv, alrededor del que se hacen todas las filigranas que la inventiva florezca.
Bartolozzi sabe estilizar como ningún caricaturista español94.
Coincide Margarita Nelken con el análisis de Ramón Gómez de la Serna, cifrando en la ingenuidad, que ella denomina "sencillez blanca", la esencia del carácter del arte de Bartolozzi:
Él que aparece tan complejo y tan decadente —sus mujeres perversamente ingenuas se han asemejado a orquídeas, las flores intencionadas que no son flor— es sencillo como ninguno, pues su sencillez proviene de su desprecio y su clarividencia [...]
Así su sencillez no es la sencillez que no sabe, la que no conoce la cumbre y lo que se domina; es la sencillez del más allá, la que vuelve en sí después de haber cerrado el círculo, la que se ha enterado demasiado para respetar las barreras y ponerlas muy ostensibles para demostrar que se saben saltar.
El mundo de Bartolozzi —porque es un mundo entero lo que él va creando— es siempre de una sencillez clara y fina, una sencillez blanca, podríamos decir. Sus figuras son sencillas en todo: en la sabiduría incomparable que las forma y en su expresión que les sale de dentro con toda sencillez [...] Todo lo hace con la misma sencillez, la misma pureza, con la misma posesión. Y los cuerpos brutalmente hermosos de su mitología, y las formas enrevesadas de sus espíritus, y los cuerpos finos hasta el romper de sus princesitas de cuento, y los cuerpos caídos de sus mujeres demasiado vividas, y el gesto y las andanzas chulonas de sus apaches y de sus mozas de ojos pintados y caderas salientes: todo lo posee en su amplitud más amplia y más completa [...]95
Estos rasgos definitorios hallan expresión plena en muchas de las ilustraciones, portadas, caricaturas y carteles publicados por Bartolozzi, aunque en no pocas ocasiones quedan ahogados por el peso de la inspiración ajena o de la mediocridad de los asuntos que le impone el medio profesional. Quizá por ello frecuentó vías alternativas para desarrollar su creatividad, desde los muñecos de trapo, la escenografía, la escritura o el teatro para niños, en las que aparece más libre y siempre fiel a estas premisas de ingenuidad y sencillez. No obstante, la talla de Bartolozzi como dibujante es indiscutible, como indiscutible es la originalidad de una trayectoria que, partiendo del postmodernismo francés, lo supera con una difícil mixtura de lo cosmopolita y lo castizo, gravitando entre los polos de la huella del japonesismo, que se manifiesta en la pureza de la línea y en la delicadeza del trazo, y la vigorosa reinterpretación de lo goyesco, fundamental en los dibujantes españoles de la época.
Desde una perspectiva más amplia, la obra gráfica de Bartolozzi y su postura ante el trabajo creativo responde a aquella "actitud frente a la vida" que supone el humorismo moderno definido por Ramón Gómez de la Serna; humorismo que "no es una cosa concreta, sino expansiva y diversificada, que ha de merecer concesiones en toda obra que se quiera sostener en pie sobre el terreno movedizo del terráqueo actual"; en efecto, el arte de Bartolozzi se ajusta perfectamente a algunas de las premisas dictadas por Ramón en su "Gravedad e importancia del humorismo": "falta a esa ley escolar que prohibe sumar cosas heterogéneas, y de esa rebeldía saca su mayor provecho"; "es lo más limpio de intenciones, de efectismos y de trucos. Lo que parece en él truco, es, por el contrario, la puesta en claro de los trucos que antes se quedaban escondidos y sin delación, y que por eso eran más responsables y graves"96. Desde una personalidad bien definida y salvadas las limitaciones derivadas de su profesión, Bartolozzi responde esencialmente a la etiqueta del humorista moderno, reflejando en su obra el espíritu característico de su tiempo.
NOTAS
90 Manuel Abril, "Artistas españoles. Salvador Bartolozzi", art. cit., p. 89.
91 Tomás Borrás, En Madrid, Patria de todos, Madrid, Cultura Clásica y Moderna, p. 247.
92 Ramón Gómez de la Serna, "La bailarina", Prometeo, núm. XXIV, Madrid, 1910.
93 José Francés, El año artístico 1921, op. cit., p. 54.
94 Tristán, "Arte, Salvador Bartolozzi", Prometeo, núm XXI, 1910 , p. 678.
95 Margarita Nelken, op.cit., pp. 151-152 y 155.
96 Ramón Gómez de la Serna, "Gravedad e importancia del humorismo", Revista de Occidente, LXXXIV (VI-1930), pp. 348-391.
94 Tristán, "Arte, Salvador Bartolozzi", Prometeo, núm XXI, 1910 , p. 678.
95 Margarita Nelken, op.cit., pp. 151-152 y 155.
96 Ramón Gómez de la Serna, "Gravedad e importancia del humorismo", Revista de Occidente, LXXXIV (VI-1930), pp. 348-391.
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