Ramón Gómez de la Serna y Salvador Bartolozzi ( y 12)


"SILUETAS DE POMBO". EL FINAL DE LA SAGRADA CRIPTA

En los años de la República, Bartolozzi —dedicado por entonces a sus empresas teatrales para niños26— seguía siendo, de entre los pombianos de primera hora, uno de los pocos fieles a la tertulia. Pero mientras la amistad de Ramón y Salvador se mantiene intacta, la tertulia de Pombo vive un periodo de cierta decadencia. Una realidad que refleja con acierto un breve artículo de Eduardo de Ontañón en Heraldo de Madrid: el articulista describe "el bullicio de Pombo" y la "algarada seudoestudiantil" en que se ha convertido, constatando que "Pombo no es lo que era y menos lo que los jovencitos alucinados se figuran"; el propio Ramón, pese al optimismo algo forzado de sus respuestas al periodista, reconoce añorar de tiempos mejores. Como apunta Ontañón, el retrato de Solana era por entonces el testimonio de un momento espléndido ya pasado:


Con todo este grupo vociferante a veces asoma alguno de los auténticos "pombianos" de 1915; Bartolozzi con bastante asiduidad; Viladrich, Solana... Otras, escritore de hoy: Guillermo de Torre, Vighi...

Pero en general, el cuadro que preside la tertulia, con la gente —regocijada, sí, pero comentadora— del principio, es ya un cuadro de museo. Ramón, que fue su ideador, se da cuenta de ello y me lo dice al final:

— Ahora quisiera que Viladrich hiciese ya otro con los que venimos actualmente...28


Pero no sería Viladrich, sino Bartolozzi quien volviera a dar su interpretación plástica de la tertulia, en las ilustraciones de una breve serie publicada por Gómez de la Serna en el semanario Estampa entre 1935 y 1936. Son dibujos a gran formato que recrean con trazo caricaturesco o naïf la variopinta galería de personajes que pasan por Pombo, recuerdan a los ausentes o reflejan el animado ambiente de las reuniones29.


En "Tipos raros de Pombo" Bartolozzi retrata con rasgos caricaturescos a los pintorescos individuos descritos por el escritor: el joven a quien la sociedad forzó a ser jugador de ajedrez, "un muchacho pálido, con el pelo caído a ambos lados de la frente, con desflecaduras de náufrago"; el anciano caballero cuya tarjeta presenta como "El ciudadano desconocido"; el "chino inconcebible", Fu Chau Fa, escritor ocultista y salvador del mundo; el obseso autor de comedias que nunca se estrenaron; el pombiano que pide otra botella de agua o la cotidiana vendedora de tabaco. A tono con la atropellada sucesión de diálogos, anécdotas y entradas y salidas de los personajes en el texto, Bartolozzi dispone apretadamente las figuras entre las columnas de la tipografía, dando al diseño de página un aspecto de calculado desorden.


"Café y aquelarre" incluye un excelente dibujo a toda plana en el que capta la atmósfera expectante de la concurrencia, vueltas sus miradas hacia la mesa de presidencia. Toma el punto de vista de un espectador que acodado en el mármol observa el rincón donde Ramón, el propio dibujante y Gutiérrez Solana son atendidos por un viejo camarero. Resulta curioso el juego especular que Bartolozzi insinúa al reproducir al fondo el fragmento del lienzo de Solana en el que precisamente se adivina su retrato; el dibujante se autorretrata por partida doble, en peculiar mise en abyme, como personaje actual, asistente a la tertulia y como figura del pasado, en la reproducción del lienzo. El texto refleja las conversaciones paradójicas y disparatadas del cenáculo, los pasatiempos y las intervenciones de tipos anónimos y de contertulios de la época como Vighi o Jardiel Poncela "alegre, inteligente y chiquitín".


El trajín continúa en "Noche movida", con la entrada de Bagaría, Solana y la joven Ruth Velázquez, o de más figuras extravagantes que Bartolozzi representa con trazo expresivo: los tres bohemios desarrapados "que han cenado juntos y parece que traen las cabezas cambiadas", o la venerable "señora del perrito" que propone al autor un negocio de manguitos al por mayor.


En "Algunos desaparecidos" Ramón evoca a antiguos contertulios ya fallecidos o largamente ausentes, entre otros, Mauricio Bacarisse, Martínez Corbalán, el poeta Villalón, aquel "miserable insubstituible" Pirandello, "clasificador de recién llegados", "verdugo" e "insultador oficial". En las ilustraciones de Bartolozzi pueden identificarse el retrato infantilizado de la Jacometti "esbelto microbio femenino", y la imagen del poeta bohemio Boluda en actitud declamatoria30.


En la última entrega de la serie, "Cosas de Pombo. Nuevos lunáticos", Bartolozzi representa en el primer dibujo a uno de los orates que frecuentan la Cripta, Ignacio María de San Pedro: muestra al personaje, de mirada perdida y aires de nazareno, señalando ante los tertulianos el mapa del continente americano para el que propugna el nuevo nombre de "Cristobalia". La segunda ilustración es quizá la más atractiva de toda la serie por su factura absolutamente naïf y su primitivismo expresivo, que remite en cierta forma a algunas pinturas de Marc Chagall. Se trata de otra versión del grupo reunido en torno a Ramón, ahora en actitud regocijada alrededor de la mesa situada bajo el espejo de Pombo.

Junto a estos dibujos se incluye una fotografía de la tertulia, en la que pueden verse a Ramón, Ruiz Contreras, Vighi y Salvador Bartolozzi rodeados por nutrido grupo de jóvenes; tal vez una de las últimas instantáneas de Pombo antes de la guerra.


Son las vísperas de la disolución de Pombo y de la separación definitiva de Ramón y Salvador. De aquel tiempo el escritor recupera en Nuevos retratos contemporáneos una significativa anécdota a propósito del bohemio Pedro Luis de Gálvez, que bien pudiera haberse incluido en la serie de Estampa:


Estaba más cetrino que nunca, y le pregunté a Bartolozzi: —¿Es aquél Pedro Luis? —Sí, él es. Salvador se levantó de mi lado y fue a charlar con él. Siempre ha sido un valiente. Al cabo de un rato volvió y me dijo: —Ahora dice que ya no da sablazos de a duro... Ahora tiene nueve hijos y da sablazos de a veinte duros.. Nos reímos porque comprendimos que no estábamos en la tarifa nueva y, por lo tanto, nos despreciaba31.


Sin embargo, a las pocas semanas la sonrisa daría paso al terror cuando Ramón contemplara al poetastro convertido en "señor de horca y cuchillo" del Madrid sitiado; una impresión que le impulsó a una rápida huida del país. En las páginas de Automoribundia el literato refleja su pánico ante "la revolución" y su llamada a Bartolozzi en busca de información:


Cada uno se metió en su casa y comenzaron los cañonazos y los tiros. Yo velé hasta las diez de la mañana, después puse unos colchones en la ventana de mi alcoba —recordando a mi abuela que hacía eso en las asonadas que brotaban en el Madrid de sus tiempos—. Cuando desperté pregunté a Bartolozzi lo que había pasado. La cosa iba mal 32.


El escritor confió al dibujante parte de sus posesiones antes de salir de España; pero éste había de perder bienes propios y ajenos en su huida de España, incluido el retrato cubista que Rivera al que alude en Nuevas Páginas de mi vida :


En la hora de la revolución se lo dejé a Salvador Bartolozzi para que me lo guardase, y cuando ya Madrid estuvo pacificado, quise saber de su paradero, pero nadie me pudo dar una pista. Mi querido y admirado Salvador, residente en Méjico, siempre tenía la ilusión de que cuando él volviese a España lo recobraría; pero ahora que él ha muerto, ya he perdido las esperanzas 33.


En efecto, recuperado el contacto tras la guerra, Ramón y Salvador compartían desde Buenos Aires y Méjico la esperanza de reencontrarse en Madrid. Instalado en la capital de Méjico, Bartolozzi había recibido una acogida muy favorable debido al éxito extraordinario de sus cuentos de Pinocho en toda América y vivió un periodo de prosperidad transitoria, con un contrato en la radio y el puesto de director del Teatro Infantil en el Teatro de Bellas Artes. No obstante, el drama vivido durante la guerra repercutió en su salud y en 1942 sufre un cáncer en la mucosa bucal que logra superar. En 1949 celebra su última exposición titulada "Madrid en el recuerdo" donde reúne dibujos realizados a lo largo de sus diez años de exilio. Por mediación de otro pombiano, Tomás Borrás, proyectaba el traslado de la exposición a Madrid34 y el regreso a su ciudad natal, frustrado fatalmente al reproducirse el cáncer que le llevará a la muerte el 9 de julio de 1950.

Como constataba otro exiliado, Antonio Espina, la luz de Pombo se había extinguido definitivamente:


¡Admirable Pombo! Hoy podemos comprender bien lo que allí sucedía. Era que el farol de Ramón, su famoso farol de calle de Madrid, supo mantener en su llama la luz de lo compatible. El resplandor de la tolerancia. Una luz después apagada y que no ha vuelto a encenderse...

Ya en el cuadro de Solana (el Esquivel, a su manera, del momento), lienzo que durante tantos años presidió la tertulia, se advierte que la llama de la compatibilidad amistosa iluminaba a los muy distintos personajes retratados, entre ellos Bartolozzi. De estos personajes, cuando llegó la "hora H", como dicen los estrategas, unos se fueron con un bando, otros con otro y a todos, en realidad, se los llevó el diablo35.


Fuente Boletín Ramón


NOTAS

26 En una de las primeras entrevistas acerca del "Teatro Pinocho", Bartolozzi destaca el ofrecimiento de una obra de Gómez de la Serna para su guiñol; sin embargo, esta colaboración no se llegó a concretar (Colorín de la Isla, "Guiñol en la Comedia", Crónica, 15-XII-1929).

27 Fue fotografía de portada del diario Ahora (6-I-1935).

28 Eduardo de Ontañón, "El mundillo literario. ¿Qué pasa con las tertulias?", Heraldo de Madrid (12-XII-1935), p. 6. En Automoribundia, con un tono más sincero recuerda Ramón estos últimos años de Pombo con cierta amargura por el enrarecimiento del ambiente y el imposible aislamiento frente la tensión de la calle (op. cit., p. 566).

29 En total se publicaron cinco entregas: "Siluetas de Pombo. Tipos raros de Pombo", Estampa 370 (16-II-1935); "Siluetas. Café y aquelarre", Estampa 375 (23-III-1935); "Siluetas. Noche movida", Estampa 390 (6-VII-1935); "Siluetas Algunos desaparecidos", Estampa 398 (31-VIII-1935); "Cosas de Pombo. Nuevos lunáticos", Estampa 439 (13-VI-1936).

30 Este último retrato parece directamente inspirado en una fotografías del poeta incluida en La Sagrada Cripta de Pombo, p. 505.

31 Nuevos Retratos contemporáneos, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1945, p. 186.

32 Automoribundia, op. cit., p. 610

33 Nuevas Páginas de mi vida (lo que no dije en Automoribundia), Alcoy, Marfil, 1957, p. 101.

34 Relata Borrás: Fue en Méjico, cuando hacía el atadijo de sus carpetas de dibujos para exponerlos en Madrid [...] "Iré en octubre", me escribía. Yo estaba ya buscándole un salón digno de su tarea de diez años, el Círculo de Bellas Artes o ese Museo de Arte Moderno donde le mira a usted en el lienzo de Solana con su fijeza de observador-reproductor de rasgos. Iba a ser la reentrada de un madrileño en Madrid, la consagración del consagrado, la segunda permanencia, definitiva, del perviviente en el amor a estos madriles. De repente, un tachón, y Bartolozzi no vendrá nunca. (En Madrid, patria de todos, op.cit., p. 245).

35 Antonio Espina, op. cit., p. VIII. Resulta revelador el último de los dibujos que Bartolozzi, ya en el exilio mejicano, dedicó al café de Carretas, titulado "Pombo"; original conservado en el Museo Municipal de Madrid, y que describe María del Mar Lozano: “un dibujo hecho a grafito y carbón donde se retrata a un viejo sentado en el café, con el espejo al fondo y los detalles del paraguas, el gabán y el sombrero sobre la pared. El personaje de silueteado tembloroso y emotivo, es compuesto tras las sillas y mesas, como hiciera Degas en sus Bebedores de ajenjo" ("La colección de dibujos de Salvador Bartolozzi en el Museo Municipal de Madrid", en Madrid en el contexto de lo Hispánico en la época de los descubrimientos, Madrid, Universidad Complutense, 1994, p. 525).

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