Salvador Bartolozzi: notas para una biografía (4)
Salvador Bartolozzi en el París de Fin de Siglo (1901-1907).
Muy escasos son los datos sobre un periodo fundamental en la evolución personal y artística de Salvador Bartolozzi: los cinco años que convierten al joven aprendiz madrileño en dibujante de firma cotizada y cierto prestigio en el ambiente artístico parisino. Manuel Abril, Antonio Espina o Ramón Gómez de
Bartolozzi llega a París en 1901 en compañía del fotógrafo Ricardo Tejedor, dos años más joven que el dibujante, en lo que comienza como una aparente aventura juvenil. Agotado pronto el poco dinero del que disponían, Tejedor regresa a España, pero Salvador decide quedarse en París y vivir de su dibujos; sin embargo, en lugar de seguir el camino más habitual y sosegado de los artistas melenudos y bohemios de
"Tipos parisienses. Apaches en un cabaret", La Esfera 15-I-1915. Original en color
Poco de pintoresco y mucho de marginal y violento tenía aquel ambiente que vivió Bartolozzi en sus primeros años en París y, aunque no es posible establecer con precisión la cronología y los límites de su contacto real con este grupo, lo cierto es que el artista —que inmortalizaría el tipo del apache en sus dibujos y muñecos— llegó a dominar con total soltura su desgarrado argot y se vio implicado al menos en uno de sus clásicos episodios de celos y violencia, tal y como relata Antonio Espina:
Su primer ambiente parisino fue pues el de
Ilustración de Bartolozzi para el relato de Antonio Hoyos, "La escuela de Caco", Los Contemporáneos 29-XII-1916.
Tal vez escarmentado por tan singular experiencia, inicia entonces una existencia más reposada y entra en contacto con algunos de los compatriotas de su misma generación que habían coincidido en el París de Fin de Siglo: periodistas, escritores y artistas como Capuz, Bagaría, Nonell, Moya del Pino, Rusiñol, Sancha, Anselmo Miguel Nieto, Falla, Manuel Machado, Ciges Aparicio o Ceferino Avecilla. Precisamente del testimonio de Avecilla recoge Espina la anécdota a propósito de los primeros contactos del artista con el negocio de los marchantes parisinos: Bartolozzi hizo amistad con Carlos de Batlle —bien establecido como corresponsal en París de Heraldo de Madrid y próximo a inaugurar su Librería Cervantes en la rue Richelieu— quien mantenía buenas relaciones con los marchantes de cuadros. Para mejorar la apurada situación del artista, acordaron ambos mover con la firma "Batlle" sus dibujos, que alcanzaron pronto cierta cotización; sin embargo, cuando Salvador pretendió presentar nuevos dibujos ya con su propia firma al célebre marchante Sagot, este le echó con cajas destempladas acusándole de "imitador desvergonzado de M. Batlle"11.
No obstante, ya rehabilitada su auténtica firma, el mismo Clovis Sagot había de resarcirle con una relación fructífera para el artista, quien pronto alcanzó cierto renombre ante la crítica parisina, deslumbrada ante sus versiones de la vida de los faubourgs y su visión descarnada y goyesca de chulos y "cantaores"12. Sus dibujos llaman la atención de diversas revistas, como L'Art Décoratif, en cuyas páginas Maurice Testard se vanagloria de haber sido uno de los primeros descubridores de su talento:
Aunque Bartolozzi, no acudió nunca a ninguna Exposición parisiense y no colaboró en ninguna de nuestras publicaciones ilustradas, ha entrado por sus propios merecimientos en las filas de ese grupo de personalidades que de allende los Pirineos llega a nuestra patria en el momento más oportuno y propicio para estimular a aquellos de nuestros artistas que pudieran tener la pretensión de mantener glorioso, en el siglo que viene, el renombre tradicional de nuestro arte13.
Otras publicaciones como Vita Nova, L'Art et les artistes, The Studio o Burlington Magazine le dedican en los años siguientes elogiosas reseñas; la fama de Bartolozzi se extiende y le llegan peticiones de sus obras desde el Museo de Viena, el Museo de Córboba, o del propio Santiago Rusiñol para su Cau Ferrat. Ramón Gómez de
[...] un día fue distinguido por Lorrain, que le dio a ilustrar uno de esos ejemplares que en Francia hacen en papel del Japón los editores para los millonarios excéntricos. Lorrain, que tan bien comprendió el alma difícil del faubourg, se dio cuenta de que sólo Bartolozzi podía hacer algo mellizo en color y en factura con la realidad gravísima de sus prosas. Este es uno de sus triunfos14.
Este incipiente prestigio auguraba un halagüeño futuro para el ya establecido artista parisino; sin embargo, su regreso a España en 1907 había de cambiar radicalmente sus expectativas. Lo cierto es que la estancia de Bartolozzi en París marca su trayectoria futura, configurando la imagen externa del triunfador precoz que renunció después a casi todo, tal y como lo caracterizaba su amigo Ramón en sus recuerdos de Automoribundia:
[...] Bartolozzi, que era un Toulouse-Lautrec al estilo español —que es lo que comenzó a ser Picasso— se volvió a España como un superviviente de la muerte de otro que era él mismo; un lío que no ha desliado en toda la vida y que lo hace sonreír como si hubiese disfrutado la gloria desde un seudónimo.
Muy joven cuando sucedió todo eso, le quedaba mucha vida por delante para contemplar aquella duplicidad noble y fallida15.
También Margarita Nelken se interrogaba sobre la causa del regreso de Salvador Bartolozzi a su ciudad natal:
¿Fue impresión moral? ¿Fue deseo físico de abrazar a su tierra, cuya maternidad siente completamente? No lo sé, las dos cosas sin duda impulsaron a Bartolozzi a dejar lo que se llama "el haber llegado" y que le hicieron fijarse aquí definitivamente, como por un voto perpetuo de arte trabajoso y sencillo16.
NOTAS
10 Op. cit. , p. IV.
11 Antonio Espina, Manuel Abril ("Artistas Españoles. Salvador Bartolozzi", Por Esos Mundos, 222 (VII-1913), pp. 81-89) y Ramón Gómez de
"En París había acreditado una firma —aún aparecían trabajos ocupándose de él y publicando sus cuadros en revistas de Francia y de Italia—, pero aquella firma no era la suya, porque un amigo suyo, Carlos Batlle, había "corrido" sus cuadros y para mayor facilidad del triunfo, porque era más osado y más hablador, había combinado que firmara las obras de Salvador con su nombre.
El "marchand" compraba telas y telas con la firma de Batlle, pero un día riñeron los dos amigos —que al cabo de los años volvieron a amistarse— y cuando Bartolozzi fue a decir al comerciante evaluador que aquellos cuadros eran suyos y que quería poner en ellos su verdadero nombre, el viejo especulador le dijo que eso no podía ser, que él había lanzado ya al mercado aquella otra firma y tenía en sus sótanos demasiados cuadros de aquel estilo para proteger ahora a otro firmante.
- ¡Pero si es el mismo! ¡si yo soy el que los ha pintado!
- No importa... Para mí usted es un desconocido".
12 La familia posee algunas de estas obras: "De esta época conservamos algún álbum pequeño de apuntes rápidos y espontáneos, pero perfectamente denotativos de tipos y mujeres de la vida francesa; realizados con lápices de colores sombreando con blandas líneas paralelas y dibujando perfiles inconclusos; preocupándose por la captación de los personajes y siguiendo al mismo tiempo la moda marcada por Lautrec y Degas" (María del Mar Lozano Bartolozzi, "Salvador Bartolozzi, art. cit., p. 18).
13 Citado por Manuel Abril, art. cit. p. 84.
14 Tristán, "Arte, Salvador Bartolozzi", Prometeo, núm. XXI, 1910, p. 677. También Manuel Abril hace referencia a este encargo y detalla algunos de los datos anteriores (art. cit., p. 84).
15 Op.cit., pp. 246-247.
16 Margarita Nelken, Glosario. Obras y Artistas, Madrid, Librería Fernando Fé, 1917, p. 149.
Comentarios
Un abrazo.
¡Ah! y enhorabuena por los títeres. Debe ser un gustazo ver tus personajes en acción.